Anselm Aguadé, autor del libro 'Aigua del Carme' (Cossetània)
«Después de publicar el libro, me han venido a explicar casos reales de maltratos»
En su cuarta novela, Anselm Aguadé retrata la dura vida de tres mujeres en un pueblo catalán en la década de los años sesenta
—La historia transcurre en un pueblecito catalán en plena dictadura franquista. ¿Por qué escogió este escenario?
—Para escribir mis novelas acostumbro a escoger un tema social, que esté en boca de todo el mundo, pero del cual nadie se atreva a hablar. En el anterior libro traté el robo de los niños y en este decidí hablar sobre la violencia doméstica. El punto de partida fue pensar que, si hoy día eso es un problema, a pesar de tener herramientas e instituciones que velan para que no lo sea, qué debió pasar en los años sesenta, en un pueblo pequeño, donde no había nada de todo eso.
—Nos situamos en un pueblo, cerca de Tàrrega, del cual no dice el nombre.
—En mis novelas acostumbro a ambientar la acción en el mundo rural y nunca digo el nombre concreto del lugar donde pasa la acción. Yo soy de Vilabella, un pueblo pequeño, pero no es este, el escenario. Lo sitúo cerca de Tàrrega para que el lector lo pueda ubicar un poco.
—En el libro encontramos el día a día de tres mujeres sometidas a maltratos físicos y emocionales por parte de sus maridos. Algo que, en la novela, todo el mundo sabe, pero que se vive con una cierta normalidad.
—Una vez publiqué la novela, se me han acercado personas de setenta y ochenta años a explicarme casos reales, que ellos mismos habían conocido, pero nunca se habían atrevido a explicar. Y una de las cosas que también me han dicho a posteriori es que nadie se ponía en casa de otros. En aquella época se veía como normal.
—Incluso las mismas mujeres del pueblo lo justificaban?
—Sí, había mujeres que decían «Si a ella la pegan y a mí no, debe ser que alguna cosa debe haber hecho». Estas cosas pasaban, eran vox pópuli, pero lo máximo que podías hacer era ir a explicarlo al cura, que te recomendaba paciencia o te daba las indicaciones propias de la Sección Femenina. Y la familia les decían que aguantaran, porque si la mujer se marchaba de casa, lo tendrían que acoger ellos. La cuestión es que estaban indefensas y, a menudo, dentro de su misma familia, quizás los padres habían pasado por lo mismo. Ahora, a posteriori, hay gente que me ha explicado vivencias como la de ir por la calle siendo niños y ver cómo los hombres volvían a casa tocados por el alcohol, y ver a quién le tocaba. A menudo cerraban puertas y ventanas, pero muchas veces ni eso.
—Si estas cosas no se explicaban, de qué manera se ha documentado?
—He hecho una transposición histórica de lo que pasa hoy día. Busqué información de la época, pero no se publicaban noticias al respecto, sólo encontré información de sucesos en Lo Caso, y casos muy graves.
—El Agua del Carme, que da título a la novela, se nos presenta como el elixir que cura todos los daños de estas mujeres, sobre todo el dolor de espíritu.
—Sí, era el elixir de las mujeres, hasta el punto que se había llegado a detectar alcoholismo debido a su ingesta. Tenían una botella a la vista de todo el mundo y otra de escondida. También se daba a los chiquillos. Yo mismo, de pequeño, había tomado. Llegabas a casa con la cara blanca y te daban una cucharadita de azúcar con unas gotitas de Aigua del Carme. ¡Cogías color de vida enseguida!
—La historia empieza con un muerto, acaba con otro muerto y por el medio encontramos algunos cadáveres más y un misterio por resolver. Es también una novela con tintes de género negro.
—Sí, aunque es sin intención. Esta es una constante en mis libros. Me gusta adentrarme en la intimidad oscura de las personas, sus desazones y sentimientos. También me interesa trabajar al personaje, que tenga un carácter fuerte y lo vaya desarrollando a través de la novela, que coja vida.