«Es importante dar dignidad a las personas sin hogar, escucharlos»
Voluntarios de Cruz Roja reparten comida a la veintena de personas que duermen en la calle
Sopla un viento frío bajo el puente del río Francolí cuando los cuatro voluntarios de la Cruz Roja de Tarragona oyen el grito de una chica. «¡Estoy aquí!», exclama una voz. Entre los matorrales y las malas hierbas sale una figura femenina. Es Catarina, una de las decenas de personas que estas semanas duerme en la calle. Son casi las siete de la tarde y es noche cerrada. Las linternas de los voluntarios iluminan a una mujer de entre 30 y 40 años. Con zapatillas de goma, pantalón de pijama y jersey deportivo, Catarina saluda Omar, uno de los voluntarios más veteranos de la ONG en Tarragona, que desde hace cinco años mujer comida a las personas sin techo de la ciudad todos los domingos del año.
Omar, 52 años, psicólogo de profesión, conduce la furgoneta de la Unidad de Emergencia Social (UES). Es muy importante dar dignidad a estas personas, explica. Catarina acepta las mantas que le ofrecen los voluntarios. También un café y algunas pastas de bolleria industrial. Su perro no para de correr en torno al grupo de personas. La chica, de origen polaco, vive con el novio y una amiga en una sencilla tienda de campaña, antes de que el improvisado campamento donde vivía se incendiara.
La furgoneta de la Cruz Roja sale a los alrededores de las seis y media desde el centro de día que la ONG tiene en la ciudad. Allí, Omar e Isabel empaquetan bolsas con comida y calientan café y caldo, que guardan en grandes jarras que mantienen la temperatura.
«Siempre me he preocupado por estas personas. Podemos ser cualquiera de nosotros. De un día por el otro te puedes quedar sin trabajo y acaba viviendo en la calle», explica esta profesora. Un día se sintió atraída por un cartel de la Cruz Roja destinado a captar voluntarios. En la imagen, una persona que vive en la calle afirmaba: «Cuando venden me hablan de ti y me hacen sentir persona». «Me gusta recordarles que forman parte de la sociedad y que pueden salir de esta situación», sigue.
A unos 100 metros de donde duerme Catarina, bajo la estructura de hormigón que forma el puente del Francolí duerme Ramon, un hombre de 74 años. Cajones, armarios y objetos variados forman, en escasos metros del agua, una especie de habitación encima del suelo frío. Sobre un colchón y tapado con varias mantas, los voluntarios despiertan a este hombre, que acepta de buena gana la bolsa de comida y el caldo. Asegura que los cerdos vietnamitas que recientemente se han visto en algunos puntos de la ciudad también se atreven a sacar la cabeza por el río. «Me lo remueven todo», se queja. Omar calcula que en Tarragona duermen actualmente entre 15 y 20 personas en la calle.
Algunos se acercan al centro para ducharse y cortarse el pelo. Al principio, dice, destacaban a las personas de origen marroquí y polaco. Este año, sin embargo, las de nacionalidad española han crecido. El pasado octubre la Fundación Bona Nit acogió en su albergue 52 usuarios. En total registró 533 pernoctaciones. «Los que nos encontramos ya conocen los servicios sociales del Ayuntamiento. Normalmente no se quieren mover», describe Omar. Algunos de ellos beben alcohol en grandes cantidades.
La tercera parada de este grupo de voluntarios es la Rambla Nova. Mientras atienden a tres personas en una de las aceras, se acerca un matrimonio. Son Mari Carmen y Carlos. Han llegado hace un mes y medio en la ciudad procedentes del barrio del Raval de Barcelona. «Salimos huyendo de la situación de los narcopisos», explica Carlos, que trabaja como butanero, aunque ha cogido la baja.
Delante de la playa del Miracle pasa el día Alex. Este alemán vive en la ciudad desde hace dos años y duerme en el Serrallo. Recoge la comida del día en Càritas y aprovecha las duchas para los bañistas para lavarse. «Aquí tengo la naturaleza cerca», explica Alex, a quién le gusta contemplar el mar.