Mayte Garcia Julliard: Conservadora adjunta del Museo de Arte y História de Ginebra
«Cada retrato tiene su encanto y una manera de dirigirse al espectador»
CaixaForum Tarragona acoge, hasta el 27 de enero, la exposición ‘Pintura flamenca y holandesa del Museo de Ginebra’
—¿Qué se puede ver, en la muestra de CaixaForum Tarragona?
—Son cuarenta y ocho obras que conforman una colección muy bonita. Aunque no hay grandes nombres, son pinturas de autores que también fueron muy famosas en su época, y que contribuyeron de manera muy eficiente a lo que se ha denominado el Siglo de Oro de la pintura flamenca y holandesa. Está dividida en salas temáticas que ofrecen un panorama muy completo de lo que los artistas producían en sus talleres.
—La muestra se ha planteado siguiendo la jerarquía de generaciones de la época.
—Sí, y este orden jerárquico pone de manifiesto que el arte de la pintura no es un arte manual, sino intelectual, que permite definir géneros, entre los cuales destaca uno, que es superior. Es la pintura de historia, tanto de la historia bíblica como de la mitológica. Y es superior porque el pintor tiene que saber pintar las figuras de manera anatómicamente perfecta, en un decorado bien dibujado, y con la presencia, si hace falta, de objetos y animales. Y, además, añade a sus pinturas un mensaje moral. Así, un pintor que sabe pintar estas escenas, lo sabe pintar todo.
—¿Qué género lo sigue?
—Las pinturas de género, escenas de la vida cotidiana. Hay que decir que estas quizás no tienen un mensaje moral o profano, pero también contienen algo, porque todas las pinturas incorporan algún mensaje, ya sea emotivo o intelectual. Después vienen los paisajes, donde no hace falta una historia, sino que són un objeto de contemplación. Eso es muy importante, porque hasta el siglo XVII siempre tenía que haber alguna escena en primer plano. Y, al final, están los bodegones y las naturalezas muertas, ya que se considera que copiar un objeto inanimado es más fácil que transcribir una figura anatómica en movimiento o una escena.
—La exposición se abre con los retratos. ¿Qué lugar ocupan, en esta jerarquía?
—El género del retrato a veces es enaltecido por los teóricos y a veces es infravalorado, porque se dice que hay bastante de copiar una figura, y no hace falta ninguna intención. Pero a la vez se reconoce el talento del pintor para pintar no sólo lo que es superficial. En la exposición de Tarragona, hay múltiples retratos, y cada uno tiene su encanto y una manera de dirigirse al espectador. Se trata de un género muy complejo y que, de alguna manera, escapa a la jerarquía que hemos ido detallando, por eso hemos querido abrir con la maravillosa sala de los retratos. Permite contemplar la variedad de este género y a la vez viajar hasta el siglo XVII a través de estas figuras que reciben al visitante.
—La época en que se enmarca esta exposición estuvo marcada por lo que han definido como un ‘Erasmus de pintores’. ¿Por qué?
—Podríamos decir que las becas Erasmus ya existían antes del siglo XVII. Artistas como Berruguete habían podido trabajar con artistas flamencos que se instalaron en España o Italia. De la misma manera, los pintores italianos también fueron a trabajar al norte. Este movimiento de los pintores que viajan para impregnarse los unos de los otros es un fenómeno que no implica sólo a los mismos pintores, sino que también se hizo gracias a los mecenas, príncipes, cuentas, duques, que envían de viaje a sus pintores.
—¿Cómo es que todas estas pinturas se conservan en el Museo de Ginebra?
—Geográficamente, Ginebra es una ciudad situada entre el norte y el sur. A partir de la llegada del protestantismo, desarrolla una relación comercial pero también amistosa con los países de las provincias del norte. Estas colecciones llegan a la ciudad a partir de finales del siglo XVIII, a través de los grandes marchantes ginebrinos, que van visitando países y que se interesan por la pintura, con una cierta simpatía hacia la temática protestante, que los pintores flamencos y holandeses han sabido realizar. Las obras llegan a Ginebra sobre todo durante el siglo XIX, gracias a estos marchantes, que posteriormente darán las obras en el museo.