«Dar clases en China ha sido una bomba profesional y emocional»
La tarraconense Verònica Blasco ha puesto en marcha un proyecto para dar clases de danza contemporánea a China, el Vietnam, la India y el Nepal
—¿Cómo fue que fuera a China a dar clases de danza contemporánea?
—Yo soy Diplomada en Expresión Corporal y Arte en movimiento. En China tengo una persona muy importante y especial, que vive allí desde hace más de un año. Me invitó a ir, pero lo vi muy complicado. Para convencerme, me propuso dar clases de danza en varias escuelas de la zona, e hizo los primeros contactos con los directores de los centros. Envié fotos, vídeos y una carta de presentación, y me dijeron que fuera. No podía decir que no a una oportunidad así, y me fui.
—Fue una decisión atrevida.
—Sí, cuando llegué ya me encontré con el primer problema, y es que allí nadie hablaba inglés, así que nos tuvimos que comunicar a través de una aplicación del móvil. Además, yo no sabía dónde iría, a quién daría clases, qué nivel tendrían o si estarían receptivos o no.
—¿Y qué se encontró?
—En el primer lugar donde me llevaron me encontré con un aula espectacular, luminosa y grande, con cuarenta y cinco niños y niñas. El primero que vi es que estaban muy rígidos, y tuve muy claro que el primero que tenía que hacer era romper esta rigidez para que pudieran disfrutar del baile. Así que hice ejercicios de ritmo para romper las hileras, que vieran que cada uno podía ir hacia un espacio diferente, rompiendo los bloques, y que podían trabajar en diferentes planos, el vertical, el medio, al suelo. Aquella primera clase fue muy bien, y al final se creó una especie de magia muy bonita.
—¿Cada día iba a un lugar diferente?
—Sí, después de aquella primera clase fui a hacer una sesión en otro centro, donde había seis niñas que las estaban preparando para alguna cosa que no fui capaz de entender, porque la comunicación era complicada. Otro día me llevaron a un teatro donde me encontré cincuenta niños y niñas, y en otra ocasión di clase en un conservatorio de danza con bailarines profesionales. Aquel día fue apoteósico, dimos una clase de nivel alto y nos lo pasamos pipa. Fue muy divertido, porque eran muy buenos bailarines, pero los movimientos que yo les estaba enseñando no les sabían hacer, porque su cultura es muy diferente, pero investigaron como hacer lo que yo les enseñaba, y acabamos haciendo la coreografía.
—¿Le han sorprendido en algún sentido, los bailarines chinos?
—Siempre había oído que los bailarines chinos no son capaces de expresar como nosotros, pero es mentira, tienen un potencial expresivo altísimo, lo que pasa es que no están acostumbrados a utilizarlo. También dicen que evitan el contacto físico, pero yo no me he encontrado, en todas las clases que di, al acabar había una energía enorme, todo el mundo aplaudía y me venían a tocar, a agradecerme que les hubiera dado aquel rato. Pienso que fue muy gratificante tanto para ellos como para mí.
—¿Qué ha significado esta experiencia para Usted?
—Ha sido una bomba profesional y emocional, volví muy tocada, porque a veces no te das cuenta de lo que puedes hacer hasta que lo haces. Tanto, que decidí volver a hacerlo, y llamé a varias escuelas del Vietnam. Tuve una buena respuesta, y este mismo viernes me marcho hacia allí. Pero todavía hay más. Volví tan conmovida que me puse en contacto con la Fundación a Vicente Ferrer para llevar el proyecto a la India. La idea ha salido adelante y en julio, con la colaboración de la URV, iré a hacer un intercambio de música y danza. Ahora estoy tratando de llevar el proyecto también al Nepal, y ya me he puesto en contacto con varios voluntarios que trabajan, a ver si lo puedo ligar para ir directamente desde el ndia.