Autor de 'Queda tú sombra' (Ed. Huerga & Fierro)
Libros
«Si no fuera necesario, vital, porque me va la vida, no escribiría poesía»
El periodista Enrique Villagrasa presentó la semana pasada en Tarragona su último poemario, ‘Queda tú sombra’
—Un periodista que escribe poesía. Son dos maneras muy diferentes de relacionarse con la palabra.
—El lenguaje periodístico lo utilizamos para hacer de notarios de la realidad, mientras que el poético profundiza en aquello que quieres expresar. El lenguaje periodístico sólo tiene una lectura, pero en la poesía el lector puede encontrar cosas que tú, sin quererlo, has dicho. Cuando hago de periodista tengo una manera de mirar el mundo, y tengo muy claro cuándo estoy haciendo una cosa u otra. Es más, creo que sólo soy poeta cuando escribo poesía o leo poesía. De todos modos, con la poesía no voy, que me llevan.
—¿Escribe poesía porque lo domina la necesidad de escribir?
—Si no fuera necesario, vital, porque me va la vida, no escribiría. Escribo por pura necesidad. Recuerdo una madrugada en Burbáguena, Teruel. Un frío de narices, calefacción apagada, cinco de la madrugada, madrugada gravitante. Le estaba dando vueltas y me tuve que levantar y escribir. Después ya está, y volví a la cama. Me exige escribir, si no, no lo haría. Ojalá pudiera no hacerlo, viviría mejor.
—Ha mencionado Burbáguena, una referencia muy presente en su obra, igual que el río Jiloca, escenarios de su infancia.
—Cuando tenía ocho años leí El Quijote por primera vez, y todo lo hacía mío a través de lo que veía al pueblo. El Jiloca, las montañas, los huertos, las personas... Por otra parte, el río Jiloca es como mi bautismo, aquello que me mujer la vida. Después vine a Tarragona y me encontré con el Mediterráneo, pero de hecho es la continuidad, el agua que corre.
—¿La nostalgia es uno de los principales elementos de los cuales se alimenta su poesía?
—No es nostalgia. Es como mirar un cuadro en diferentes momentos, e ir descubriendo cosas. Por otra parte, me gusta escribir de aquello que conozco, que me rodea y me es próximo.
—Empezó a escribir muy joven.
—Cuando era pequeño no escribía, lo que me gustaba era dibujar, inventar escenas. La poesía la tenía en la cabeza, pero llegó un momento que la memoria no dio para más, y empecé a escribir en papeles. Cuando tenía veintitrés años mi hermana Pilar me animó a presentarme a un concurso para menores de veinticinco, y quedé finalista. Pero siempre he sido muy holgazán, me gustaba más dibujar.
—¿En la madurez se puede hablar de la vida con más autoridad que cuando se es joven?
—Pienso que tenemos una mirada diferente en cada momento.
—¿Y cómo es, en este momento, su mirada?
—Es una mirada de pasota. Desde la atalaya de mis sesenta y dos años, pienso en cómo es posible que tengamos tanta prisa para hacer cosas que no van a ningún sitio. Por qué no podemos aprender de los griegos: charlar, pasear... Alguien tiene que trabajar, claro está, pero en esta vida siempre es mejor ser patricio que esclavo. Me gustaría que mi mirada de ahora no fuera tan pesimista. Pesimista realista. No es que lo tenga todo visto, pero si mañana desapareciera, no pasaría absolutamente nada, no me oiría ni bien ni mal. ¿Es el Día Mundial de la Poesía? ¿Muy bien, y?
También estoy mucho en dique seco. Acabo de publicar este libro y he corregido segundas galeradas de otro, La poesía sabe esperar, y creo que allí doy el resto y ya dejo de escribir.
—Cuesta creerlo.
—En casa también me lo dicen. Quizás es que a estas alturas tengo la mirada viciada. No viciosa, ojalá fuera viciosa.
—Ha empezado a trabajar como editor en la colección Rayo azul, del editorial Huerga & Fierro. ¿Qué diría a alguien que quiera iniciarse en la lectura de la poesía?
—Que lea mucho, hasta que las neuronas le bailen. Que se acerque de la manera más sencilla posible, y que sepa que no todo el mundo puede subir el Everest, aunque todo el mundo camina. Pero si te pones a hacer el camino, algo encontrarás.