Doctorado en Nutrición y Metabolismo por la URV
Ciencia
«No hay suficiente evidencia científica para recomendar sólo lácteos bajos en grasa»
En su tesis doctoral Guillermo Mena ha estudiado el consumo de lácteos como determinante de un estilo de vida así como la repercusión en la salud
—Sorprende que una persona tan joven haya hecho una tesis doctoral.
—Es posible hacerlo, lo importante es focalizarse al investigar y publicar los artículos para construir tu tesis. Y tener un objetivo muy claro desde el principio. Por lo tanto, desde aquí querría animar a jóvenes investigadores a ser doctores, porque es un gran aprendizaje. Es cierto que es muy duro, pero si al final se confirma tu hipótesis, hace una ilusión tremenda.
—¿Cuál ha sido el objeto de estudio de su trabajo?
—En realidad la tesis no deja de ser una reivindicación. El título es Valoración del consumo de lácteos como determinante de un estilo de vida y repercusión en la salud. Es una cuestión que está en el ojo del huracán. Todo parte de mi interés sobre los productos lácteos por su matriz alimenticia y su composición. Tienen muchos nutrientes, pero a la hora de estudiarlos no nos podemos centrar en uno solo, porque interactúan entre ellos: el calcio interactúa con la grasa saturada, las bacterias con la lactosa o la fibra de otros alimentos... y todo conforma una matriz muy rica para el estudio. En esta tesis he investigado con el equipo de Nutrición de la URV, concretamente con profesionales de los departamentos de bioquímica y biotecnología. Los directores de la tesis han sido la Dra. Nancy Babio, que es profesora de la universidad y presidenta del Colegio de Dietistas y Nutricionistas, y el profesor Jordi Salas-Salvadó, jefe de la Unidad.
—¿Cuáles eran las hipótesis de partida?
—Creemos que los productos lácteos, independientemente de su contenido en grasa, pueden ser útiles para la prevención del síndrome metabólico, que es un conjunto de factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular que incluyen la tensión arterial elevada, la hipertrigliceridemia (tener los triglicéridos altos), tener el colesterol HDL bajo (lo que se conoce como colesterol bueno), la obesidad abdominal e hiperglicemia, problemas con el metabolismo del azúcar. También quisimos estudiar la relación con la hiperuricemia, que es otro factor de riesgo de síndrome metabólico y enfermedad cardiovascular. Nos centramos en estos elementos porque está donde había menos evidencias, pero en la tesis también se incluye la relación con la enfermedad cardiovascular, con la hipertensión, la dislipemia, el sobrepeso y obesidad, y la diabetes. En definitiva, hemos hecho una revisión para ver qué evidencias científicas existen entre el consumo de productos lácteos, independientemente de su tipo de grasa, y la aparición de estas enfermedades.
—¿Y a qué conclusiones han llegado?
—Las tres hipótesis se han confirmado, y las conclusiones son que el consumo de productos lácteos, independientemente de su contenido en grasa, o bien se asocian de manera inversa con la aparición del síndrome metabólico, es decir, hay una disminución del riesgo, o bien no se asocia.
—¿Qué tipo de producto lácteo recomienda, a su consulta?
–Cuando una persona me pregunta si se puede comer un yogur entero, mi respuesta será: ¿A ti te gusta? I si me dice que sí, le diré que se lo coma. Por otra parte, también es importante destacar que el consumo de productos lácteos (leche, leche baja en grasa, yogur total, yogur bajo en grasa y queso) se ha asociado de forma inversa a la hiperuricemia, niveles elevados de ácido úrico en plasma. Actualmente, las guías actualizadas, tanto en el ámbito estatal como en Cataluña, incluyen los productos lácteos como|cómo un grupo de alimentos de consumo diario. Las guías han dado un paso adelante y ya no promueven tan sólo los lácteos desnatados. Además, las últimas guías catalanas se centran también al evitar lácteos con un elevado contenido en azúcar.
—¿Entonces la grasa saturada no es mala?
—No podemos hablar de grasas saturadas de manera generalizada. La grasa saturada de los lácteos parece que no tiene el mismo efecto que el de la carne roja o del pescado, por la matriz alimenticia que comentábamos antes. Por ejemplo, el de la carne roja se asocia con la enfermedad cardiovascular, y el de los productos lácteos, no.