Estado de Alarma
«Un hombre me cogió la mano y me dijo: no dejes que me muera»
El personal sanitario está al pie del cañón luchando contra el coronavirus con una sobrecarga física y emocional considerable
La crisis que se está viviendo actualmente a causa del coronavirus está llevando al sistema sanitario a sus límites. Los recursos, los equipamientos y el personal son limitados y, ante una pandemia que ha evolucionado tan rápidamente desde que se detectó el primer caso y que ha tenido una grave afectación a nivel global, no sería justo culpar a nadie de la falta de preparación para abordar este problema. Otra cosa es como se ha gestionado esta crisis en el país. En todo caso, los trabajadores sanitarios son los que, a pesar de todo, están al pie del cañón velando por la salud de todo el mundo en estos momentos tan complicados.
Joan Llatse es un joven enfermero de 26 años que trabaja en el Hospital Joan XXIII, entre urgencias y el UCI. «Estamos saturados», reconoce el joven, que dice que las jornadas de trabajo pasarán a ser de 12 horas. «Los contagiados por coronavirus son pacientes con mucha carga asistencial», explica Llatse, que añade que se trata de una enfermedad que en poco tiempo empeora mucho. Además de tener mucho trabajo, el joven tarraconense asegura que emocionalmente pasa factura. «Lo peor de todo es que los familiares no puedan acompañar a un paciente que quizás está a punto de morir. Ves pacientes que están solos», dice Llatse. Asegura, también, que los que entran al hospital por coronavirus «están muy asustados». «Cuando les dices que la prueba ha dado negativo se tranquilizan, pero en caso positivo, si es leve y se marchan a casa no sufren, pero si se tienen que quedar en la UCI en estado grave, sí», explica el enfermero, que recuerda que «un hombre me cogió la mano y me dijo: no dejes que me muera». «Es algo que nos toca mucho», reconoce.
Además de esta vertiente emocional hacia los pacientes, los sanitarios tienen que convivir con la realidad de exponerse diàriamenta contagiarse. No obstante, Llatse lo tiene claro: «Siempre digo que nos pusimos en este trabajo porque nos gusta ayudar a los otros, es como si un bombero no se pusiera ante el fuego». El joven asegura que, si se sigue el protocolo de una manera estricta, los riesgos se minimizan. «Es cierto que llegas a casa agotado y piensas que expones a la familia, y eso te preocupa, pero intentas hacerlo lo mejor posible», dice Llatse.
Aunque asegura que a nivel de personal «no tengo la sensación que hagan falta más enfermeros», Llatse reconoce que «falta material de protección». «Nos remarcan que tenemos que guardar las mascarillas que utilizamos, cosa que no nos gusta porque los EPIS se tendrían que tirar una vez se han utilizado, aunque lo entendemos porque es un recurso que se agota y lo tenemos que aprovechar al máximo».
Con respecto a los aplausos que cada día a las 20 horas se sienten por todo el país, Llatse los vive de dos maneras. «Por un lado estoy muy agradecido que la gente reconozca nuestro trabajo, pero por otra parte pienso que somos un sector olvidado y espero que este reconocimiento siga cuando acabe todo eso», dice el joven.
El mismo piensa Núria Illamola, enfermera de urgencias también en el Hospital Joan XXIII. «El trabajo de las enfermeras ha sido infravalorado durante muchos años y a nivel de cuidado de los pacientes somos fundamentales», defensa Illamola, que añade pero que «los aplausos no sólo tienen que ser para los sanitarios, sino también para la madre que se tiene que quedar en casa cuidando de sus hijos, para los profesores que hacen llegar las tareas a sus alumnos, para los transportistas, etc».
La enfermera del Hospital Joan XXIII explica que la situación empeora cada día que pasa, ya que hay más volumen de casos, más trabajo, más positivos por coronavirus, etc. «Además, el problema de urgencias es que pacientes con otras patologías, como infartos o ictus por ejemplo, siguen viniendo, y quizás pensamos que entra por algo que no está relacionada con el coronavirus pero también está contagiado», asegura Illamola. A pesar de reconocer que están «muy estresados», la sanitaria cree que, hoy por hoy, «estamos preparados por lo que pueda venir». «El problema es que todo es muy incierto, no puedes planear nada, tienes que ir día a día», lamenta. Illamola asegura no tener miedo, pero sí respeto y angustia hacia la enfermedad por el hecho de estar expuesta diariamente a contraerla. «Yo tengo hijos y marido, y sufro por ellos. Ya no tanto por los pequeños, que es difícil que les afecte, sino por mi marido, porque afecta principalmente a hombres de mediana edad y eso me preocupa», dice Illamola. Por eso, la sanitaria se ha planteado dejar a los hijos con su hermana o quedarse a dormir en casa de una compañera de trabajo en Tarragona, «pero no lo quiero hacer porque la familia acaba siendo la vía de escape, es el único rato que puedo desconectar».
Con respecto a los efectos emocionales que puede causar el hecho de tener que atender casos graves de coronavirus, ligado a qué muchos pacientes mueren sin los familiares a su lado, Illamola asegura que en quince años de profesión ha vivido muchas situaciones que «te meten una patada». «Ahora pero estoy más sensibilizada, porque se trata de una enfermedad que también me puede afectar a mí,» añade. La enfermera explica que hace unos días ingresaron a una mujer mayor por coronavirus. Esta es otra cara de la realidad y es que muchas personas mayores no acaban de entender qué es lo que pasa. «Esta mujer no entendía por qué estaba aquí en urgencias. La aislamos y se despistó, se levantó y se arrancó todos los sueros, se echó a llorar y cuando entré me abrazó, diciéndome que había enterrado a dos hijos y que por qué le hacíamos eso. Muchas personas mayores están desubicada en situaciones así», relata Illamola.
Carme Ortega, enfermera en la UCI del Hospital Santa Tecla, asegura encontrarse también con una sobrecarga tanto física como psicológica. Porque el personal sanitario se encuentra en un momento en que tienen mucho trabajo, porque se exponen diariamente y porque es una situación muy triste para las personas que se encuentran en un estado grave. «El panorama es desolador», asegura Ortega, que antes que llegas la crisis sanitaria trabajaba a reanimación en los quirófanos pero lo han reubicado a la Unidad de Cuidados Intensivos porque hace años ya había trabajado. «La tarde que llegué a casa después de estar el primer día en la UCI me la pasé llorando», recuerda Ortega.
Con respecto al trabajo, la enfermera asegura que «nos pasa factura». Según explica además de una atención casi integral a los pacientes, también tienen que utilizar técnicas nuevas, como la de poner a los pacientes intubados boca abajo, y todo eso con el material de protección a encima. «Hay veces que tenemos que estar 4 o 5 horas sin poder ir al lavabo o ir a beber agua, ya que no nos podemos privar todo el rato poniendo y quitando los EPI», explica Ortega. «Después llegas a casa con un cansancio físico y mental que no tienes ganas de hacer nada, me acabo calmando en todas partes», reconoce.
La enfermera asegura que «es muy duro ver que una persona está muriendo y no tiene la familia al lado, porque te pones en su piel.» No obstante, Ortega asegura que los familiares pueden ponerse en contacto con el personal del UCI de Santa Tecla para explicar cómo está el paciente. «También es muy importante cuidar a la familia», defiende a la sanitaria. Finalmente, y con relación a los aplausos diarios que recibe el personal sanitario, Ortega asegura que es «muy gratificante» y los primeros días incluso «lloraba de la emoción», pero se pregunta, como sus compañeros del Hospital Joan XXIII, si este reconocimiento se mantendrá también cuándo se solucione esta crisis.