Vecinal
Bares del Serrallo lamentan la pérdida de clientes por los episodios de violencia
Los negocios del centro del barrio se han visto gravemente afectados por los incidentes causados por los ocupas del Rancho Grande
«Cada vez tenemos menos clientela, la gente tiene miedo y vendemos mucho menos que antes», lamenta la camarera del bar Llevant de la calle de Espinach del barrio del Serrallo. Es al final de este donde se encuentra el número 2 de la calle Sant Andreu, edificio conocido popularmente como el Rancho Grande. Aunque hace mucho tiempo que algunos de los pisos están ocupados, en las últimas semanas la violencia en manos de los ocupas ha aumentado considerablemente y se ha extendido por el barrio. El último episodio fue la pelea entre 20 y 25 personas por las calles del centro del barrio, con cuchillos y palos de hierro.
De hecho, los ocupas del Rancho Grande acostumbraban a encontrarse en el bar Llevant, pero la camarera explicaba ayer que «desde hace un mes que no los dejamos entrar». «Todavía pasan por aquí y acostumbran a pelearse en medio de la calle, pero ya no los servimos nada», añadía. Por su parte, también en la calle de Espinachs, el camarero de la Taberna Romero lamentaba que la situación que se está viviendo en el barrio «es una locura». «Evidentemente que viene menos gente por aquí, pero es que cada día hay una pelea», se quejaba el joven, que apuntaba que «por la noche hace mucho miedo andar por la calle». Un vecino que se encontraba en la barra del local añadía que «casi cada semana viene la policía, mientras haya ocupas en el Rancho Grande y no los saquen fuera, seguiremos así».
En la esquina con la calle del Callao está el restaurante Balandra. Su propietario comentaba que «vivimos con resignación todo lo que está pasando» y añadía que «no sólo a los negocios, sino que afecta muy negativamente en el barrio también». Un poco más abajo, en la plaza Sant Magí, la propietaria del bar Luz decía también que «afecta a los negocios pero también a nivel personal, los ocupas tienen a todos los vecinos atemorizados». Por eso, ella cree que esta situación tiene una gran repercusión hacia su negocio y los otros que hay en las calles del centro del barrio, «porque la gente no quiere ir a un lugar peligroso». La chica, que como el resto de propietarios y vecinos prefiere mantenerse en el anonimato, añadía que «el barrio está muy dejado y, además, el problema de los ocupas lo empeora todo». Destacaba también que «la policía viene cuando ya ha pasado todo, y todavía sabiendo quiénes son no los hacen nada». De la misma manera que en el bar Llevant, en el bar Luz también han vetado la entrada de los jóvenes que viven ilegalmente en el Rancho Grande, según aseguraba la propietaria. «Eso es la selva, tienen los vecinos amenazados para que nadie los denuncie y, además, hay muchos casos de robo», explicaba. Un vecino que se encontraba en el bar le daba la razón a la propietaria y reconocía haber sido robado y amenazado por los ocupas. «Además van siempre en grupo y armados con cuchillos y palos», sostenía al hombre.
En la esquina entre la calle Gravina y la calle Sant Pròsper está el bar Can David. En este caso, sin embargo, el propietario explicaba que no les ha vetado la entrada porque nunca han causado ningún problema mientras estaban en su local, y cree que si les prohibiera la entrada podría tener represalias. Sostenía también, como el resto de empresarios, que la situación que vive en el barrio provoca que no baje tanta gente del centro de la ciudad. Una vecina explicaba en aquel momento que presenció la pelea de la semana pasada desde el balcón de la casa de su madre. Según relataba, la causa del episodio violento fue que un grupo de menores extranjeros no acompañados, conocidos como MENA, bajó para ocupar un piso del Rancho Grande y se encontraron con los ocupas. «El Serrallo es un barrio bonito, siempre había sido muy tranquilo y el Rancho Grande era un edificio familiar», recordaba la vecina de cuándo era pequeña. La mujer añadía que «el bloque está cayendo a trozos y hay propietarios de algunos de los pisos que lo pasan muy mal y, además, no pueden vender la vivienda porque nadie quiere comprarlo y venir a vivir». «Hasta que no pase algo grande no encontrarán ninguna solución, a ver si, al menos, entre todos los vecinos hacemos algo», decía finalmente.