La integración del circo romano en la Tarragona actual, protagonista en Tàrraco Viva
El catedrático de arqueología Joaquín Ruiz de Arbulo hace visitas guiadas al monumento durante el festival
»Somos Patrimonio Mundial porque somos el ejemplo de cómo una ciudad intenta convivir con el patrimonio, y eso significa buscar en cada momento cómo podemos vivir y dignificar los monumentos». De esta manera resume Joaquín Ruiz de Arbulo, catedrático de arqueología de la Universidad Rovira i Virgili e investigador del Instituto Catalán de Arqueología Clásica, la relevancia de la integración de Tarraco en la Tarragona contemporánea durante una de las visitas guiadas en el circo romano que hace en motivo de Tàrraco Viva. El festival encara la recta final de este fin de semana con actividades presenciales y en línea en una edición marcada por la pandemia.
Este miércoles Ruiz de Arbulo ha hecho dos charlas en las cuales ha explicado la historia, detalles, y anécdotas del circo romano, así como se ha conservado, investigado e integrado en la ciudad actual durante las últimas décadas. La visita ha empezado en la plaza de los Sedassos, donde ha repasado la función del monumento cuando se construyó hace 2.000 años. También ha explicado las diferentes tareas de los arqueólogos y como actúan dependiendo de cada situación.
Aun los aproximadamente 325 metros de longitud y 100 de anchura, el de Tarraco no era uno de los circos mayores del mundo romano. Se estima que cabían unos 20.000 espectadores, muy lejos de los 480.000 del Circo Máximo de Roma, «el equipamiento de espectáculos mayor que ha habido en toda la historia de la humanidad», ha sentenciado el catedrático. Sin embargo, la función y la estructura era la misma: acoger carreras de carros por una pista con una «espina» en el centro, en torno a la cual los caballos daban siete vueltas.
Ruiz de Arbulo ha concretado que los carros tomaban la salida desde un espacio que se podría comparar con los 'box' de los circuitos de velocidad actuales. En el caso del circo de Tarraco, este punto se localizó durante la construcción de un ascensor dentro del edificio del ayuntamiento, situado en la plaza de la Font. Esta plaza es uno de los espacios donde más clara es la convivencia entre antigüedad y contemporaneidad. «Aquí el circo está entero», exclama. Pero a ojo desnudo no se ve ni un sillar. El secreto está en el interior de una de las dos filas de casas, que se levantan aprovechando las bóvedas y las graderías del monumento. En algún caso concreto, los restos se pueden ver desde la calle gracias a una intervención arquitectónica esmerada.
El catedrático también revela que durante un tiempo se dudó de si se trataba de un circo -carreras de carros- o de un hipódromo –carreras sólo de caballos. La diferencia es la espina. En el monumento de Tarraco la espina no se ha encontrado, pero las inscripciones de «dos lápidas demuestran que es un circo» porque se hace referencia.
Con todo, la convivencia entre yacimientos y uso residencial en el caso del circo todavía no está cerrada. Al lado de la cabecera, donde se pueden contemplar los restos mejor conservados de todo el monumento, hay una isla de casas. El Ayuntamiento de Tarragona tiene previsto desde hace décadas adquirirlas para, posteriormente, derribarlas y hacer excavaciones. Los investigadores tienen la certeza de que debajo está la continuación de las graderías y que se encuentran en buen estado, y sueñan con poder recuperarlas y ampliar el espacio visitable del monumento. Pero el proceso es lento, las casas tienen propietarios, vive gente y el coste económico de la intervención sería muy elevado. Ruiz de Arbulo ironiza: «Me parece que yo ya no lo veré».