Patrimonio
Alertan de la degradación de dos acueductos tarraconenses de los siglos XVII y XVIII
La RSAT e Itinere indican que las Moriscas y la Mina de l'Arquebisbe fueron claves para traer agua después de años muy difíciles
El acueducto por excelencia en Tarragona es el Pont del Diable. No obstante, el de las Herreras no es lo único en la ciudad, aunque después de la época romana los tarraconenses chocaron con múltiples dificultades para hacer llegar agua alnúcleo urbano, elevado sobre una colina. Muchos siglos después, dos intentos consiguieron salir bien y suavizar un mal endémico. Al principio del siglo XVII y a finales del XVIII los acueductos de las Moriscas y de la Mina de l'Arquebisbe, respectivamente, consiguieron llevar agua a la Parte Alta, que en aquellos momentos suponía buena parte de la extensión de la Tarragona de la época. Si el Pont del Diablees uno de los emblemas tarraconenses, estas dos estructuras más recientes en el tiempo se encuentran en un estado de conservación preocupante e, incluso, en el olvido, según la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense (RSAT) y la empresa de guías turísticos Itinere.
A pesar de tratarse de un Bien Cultural de Interés Local (BCIL), el estado de conservación de los acueductos no se ajusta a lo que pide la categoría de protección. El problema se localiza sobre todo en los arcos de les Morisques–también conocido como acueducto de las Fuentes del Llorito-, que atraviesan el barranco de Tierras Cavadas y discurren por una parcela junto al camino del Nàstic. En este caso, la estructura es de titularidad privada. Actualmente la vegetación a su alrededor crece bastante descontrolada y unas planchas de madera, plásticos y uralitas cierran el paso por debajo de sede. Por su parte, el acueducto de la Mina de l'Arquebisbe–o de la Oliva–, tiene partes privadas y otros del Ayuntamiento. Discurre desde las proximidades del cementerio hasta junto al Campo de Marte y el punto más identificativo es cuando cruza la calle del Escultor Verderol, por donde los coches pasan por debajo, con lo que implica la proximidad del tránsito rodado. Además, hay varias pintadas en los muros.
El acueducto de les Morisques se inició con unas pruebas de madera que en 1609 entraron en funcionamiento. Desde la época romana, la forma mayoritaria de abastecer de agua Tarragona era «recogiéndola sobre todo de los tejados de los edificios y conduciéndola en las cisternas», tal como recuerda Jordi López, miembro de la junta de la RSAT. También se abrieron pozos, como la plaza de la Fuente –sin demasiado éxito–, además de la Acequia Mayor para regar las huertas del Francolí y mover los molinos de la Parte Baja. Hasta el levantamiento de las Moriscas, «no hay ningún tipo de conducción parecida a los acueductos romanos», explica Xavi Mejuto, recalcando los problemas de llevar|traer agua en Tarragona. No obstante los esfuerzos, la estructura «tenía poco caudal y, por lo tanto, era una aportación suplementaria que no podía solucionar el problema», apunta López.
Con la construcción del acueducto de la Mina de l'Arquebisbe, entre 1782 y 1798 y a cargo de los arzobispos Santiyán y Armanyà, sí que se consiguió abastecer de agua la ciudad. Su origen se encuentra en Puigpelat, a casi 30 km, sin embargo «el caudal era bastante potente y supuso la solución definitiva», contextualiza López. De hecho, esta estructura sigue funcionando hoy día y la Parte Alta todavía conserva casi una decena de fuentes de la época: las de las escaleras|escalas de la Catedral, la de la plaza de la Fuente, a la plaza de Sant Antoni o a la placita de Sant Joan, entre otros.
Ponerlos en valor
«No tienen el trato digno que se merecen», lamenta Mejuto. Tanto la RSAT como Itinere piden que los dos acueductos se pongan en valor, sobre todo ateniéndose a la protección que ofrece la condición de BCIL. «No sólo son unos arcos. Representan el esfuerzo de la gente de Tarragona durante siglos por llevar|traer agua a la ciudad. Tenemos el derecho de dejar de no saber el cual son», reivindica Mejuto. Por su parte, López defiende que «es necesario concienciarse de la importancia del patrimonio del agua a la ciudad». El arqueólogo apunta sobre todo al acueducto de las Moriscas, «en un estado total de abandono». En el de la Mina, «sobre todo a raíz del derribo de la casa de Sant Josep, dejar vistas todas las arcadas que discurre paralela en el camino del Cementerio». En ambos, «hacen más falta actuaciones de restauración que de reparación,», además de «realizar un trabajo de difusión y divulgación», expresa López.