LIBROS
«Contra los cínicos del miedo hay los cínicos de la esperanza»
El filósofo y escritor firma una crónica vivencial y reflexiva sobre sus diez años viviendo en Nueva York
—El diccionario del IEC define la perplejidad como el estado de quién está perplejo, es decir, Dudoso, que no sabe hacia qué parte, partido, etc., decantarse . ¿En qué arco se mueve, su perplejidad?
—Lo que hago con este libro es redefinir la palabra perplejidad . Vulnero la definición expresamente, porque no me refiero a alguien que duda entre dos opciones, sino todo el contrario: es alguien que está tan metido dentro de una opción que no es capaz de imaginarse un mundo donde las otras opciones son defendidas de buena fe. O sea, que no existe un contexto donde el adversario esté defendiendo sus ideas de buena fe. Y eso implica perplejidad. Es, queridamente, un cambio de la palabra. La idea del título la saqué de una cita de Hannah Arendt, que abre el libro. Ella dice que, después de que las grandes cuestiones metafísicas perdieran su sentido, de cara al compromiso político no nos queda prácticamente nada, y quedamos perplejas. Y este no quedarnos prácticamente nada es lo que me interesa.
—También reflexionas profundamente sobre el conflicto.
—Sí, el conflicto es una cosa inevitable. No hablo de estar en desacuerdo con alguien, sino de no entenderme con aquella persona. No hace falta que todos nos entendamos, es una forma de vivir y de convivir. Y eso es muy liberador: el conflicto estará, hagas lo que hagas, por lo tanto, es mejor encararlo y vivirlo con normalidad.
—En el libro, esta afirmación es un punto de partida o una conclusión?
—Mi punto de partida es el aterrizaje en los Estados Unidos, donde me paso diez años. Cuando llego, hay una primera perplejidad que es la de no entender la ciudad donde estoy. Hay un choque, una distancia que me genera incomodidad y que no sé gestionar. Entonces, a medida que pasan los años, voy construyendo una narrativa sobre como|cómo voy entrando en los sobrentendidos del país. Y a medida que voy entrando, surge una grieta que me fascina y que quiero entender, y que va desde mi individualidad más íntima hasta los grandes movimientos políticos que hay entre los años de Obama en Trump. En este juego de espejos intento reconciliarme con el hecho que yo, que soy una persona a quien le gusta deshacer malentendidos, tiene que vivir de cara al conflicto.
—Es un gran orador y diría que lo apasiona la dialéctica. Pero aquí escoge el lenguaje escrito. ¿Por qué?
— Siempre he querido escribir, siempre he escrito y es una de mis vocaciones. Hacía tiempo que quería explicar este tráfico, esta educación sentimental, moral e intelectual que he vivido en los Estados Unidos. Y lo he hecho con un libro que es raro de género. Es mi mundo visto desde dentro de mi cabeza.
—De qué manera evoluciona su perplejidad en estos diez años?
—Es un proceso de reconciliación entre aquella persona que era cuando me marché, un estudiante de filosofía un poco pedante y obsesionado en las precisiones lingüísticas y al deshacer los malentendidos y los conflictos, y alguien que se reconcilia con las irracionalidades de la vida, con los malentendidos y los conflictos. Después, cuando Trump gana las elecciones el año 2106, para mí también es el final de una etapa, porque acabo el doctorado, tengo una hija, y llega el momento de decidir qué quiero hacer con mi vida.
—Qué le hace devolver?
—Muchas razones. Vuelvo porque quiero que mis hijos crezcan aquí. Porque allí estoy en la periferia de la cultura, y aquí estoy en el centro. Porque estoy haciendo de profesor universitario en aquel país y me siento con el deber de llevar todo aquello aquí. Y también por razones políticas: el mundo está girando hacia un lugar|sitio donde los cínicos del miedo, como Trump, están ganando porque explotan los miedos ancestrales y atávicos. Contra ellos, sólo hay otro tipo de cínico, representado por Obama, que es el cínico de la esperanza. Pienso que la situación política en nuestro país es muy parecida: tenemos una serie de políticos que han vivido del cinismo de la esperanza, de que sabiendo que no estaban dispuestos a hacer nada, estuvieron dando pececillo|pescadito a la gente. Y cuando llegó el momento de la verdad, pulsaron el botón del miedo. El libro, sin decirlo explícitamente, también está dirigido a liberarnos de las dos cosas: de los processistes de la esperanza y de los que nos quieren poner el miedo al cuerpo por|para un conflicto que, por otra parte, es inevitable.