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25 años construyendo la muralla

El Club Social La Muralla da servicio además de 150 personas con enfermedades de salud mental

L'entitat va estrenar la seva nova geganta Flora el passat juliol.

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«Somos una gran familia». Esta es la respuesta que más se repite cuando alguien pregunta qué es el Club Social La Muralla a sus usuarios, trabajadores y voluntarios. En 1998, nació esta entidad, que se ha convertido en un hogar y un pozo lleno de esperanza para las personas con problemas de salud mental y sus familias.

La tarea que realizan desde su local en la calle de Sant Miquel, el cual ya se les está quedando pequeño, es necesaria e imprescindible en la sociedad actual. Por desgracia, a veces, queda un poco invisibilizada. Durante los últimos 25 años, Rosa Garriga, una de las fundadoras de La Muralla, se ha dedicado en cuerpo y alma a concienciar la población sobre las enfermedades de salud mental y a luchar por erradicar el estigma de que hay sobre las personas que las sufren.

«Se habla más sobre este tema, pero la situación sigue estando mal, sobre todo con respecto al tema económico», asegura Garriga, quien pide más implicación por parte de las administraciones. La secretaria de la junta directiva de La Muralla lamenta que «la salud mental siempre ha ido detrás de todo, aunque es una cosa que nos afecta a todo el mundo».

La entidad nació como una asociación de familiares de personas afectadas por enfermedades mentales, que no tenía local propio y tenía que utilizar un despacho de La Pedrera, donde estuvieron cinco años. Unos años después se convirtió en un club social. Pepi Benitofare conoció la Muralla hace más de 11 años, porque su hijo era usuario: «Fue diagnosticado de esquizofrenia a los 14 0 15 años y estuvo ingresado en varios lugares. Hace 10 años murió de un infarto».

Benitofare, que agradeció el apoyo que sintió por parte de La Muralla en aquellos momentos, decidió continuar en la entidad como voluntaria: «Siempre he trabajado como terapeuta y pensé que ayudaría más a los compañeros de mis hijos aquí que fuera». Un aspecto importante es que la entidad no sólo ayuda a los usuarios, sino también sus familias. «Cuando el médico diagnostica la enfermedad a tu hijo, él tiene cubierta la terapia, ¿pero quién me ayuda a mí a llevar una situación tan grave y que me es desconocida?» pregunta Benitofare.

Una de las personas encargadas de ayudar a los familiares a la entidad tarraconense es Conxi Almazán, que también es madre de una persona afectada por una enfermedad mental. Ella es moderadora y dinamizadora del Grupo de Ayuda Mutua (GAM), una iniciativa de la Federación Salud Mental Cataluña. El objetivo del GAM es hacer un acompañamiento a los familiares o amigos. «Se hace el acompañamiento, que sepan que hay otras personas que están pasando por el mismo problema que tienen ellos y sientan que no están solos», detalla Almazán. «Es una manera de escapar», añade. Benitofare destaca la figura de Rosa Garriga, a la cual conoció un día en un centro de día.

Muchos de los más de 150 usuarios que acoge La Muralla vienen derivados de estos centros o de los hospitales de día. Es el caso de Joan Francesc Gómez, que llegó hace dos años al club social. «Me ofrecieron venir aquí como continuación de mi terapia», explica. «Hacen una tarea que no se ve, pero que es muy importante», indica Gómez, quien asegura que el hecho de salir cada día para ir hasta el local «ya es un punto a favor mío».

Los integrantes de La Muralla llevan a cabo diferentes actividades como talleres de cocina, deporte al aire libre o ir al cine. El menú lo decide la junta directiva, que está formada, en un 70%, por personas con enfermedades mentales, Berni Sánchez, uno de los usuarios, afirma que una de sus preferidas es «elarteterapia». Gómez, en cambio, prefiere más ir al Hort Aigüesverds, un terreno que tiene la entidad en Vila-seca.

Un huerto terapéutico

Ana Maria Ripollès, monitora del centro, se encarga de llevar este huerto terapéutico, que ahora también es una granja-escuela. Ripollès ha dedicado «media vida» al club social. Empezó como voluntaria y se convirtió en la primera monitora contratada. «Mucha gente no sale de la ciudad y el contacto con la naturaleza les ayuda», afirma la monitora que recoge a los usuarios en furgoneta cada mañana para llevarlos hasta allí.

«El objetivo es que hagan vida normal y no se encierren en casa», expresa. Jesús López es un habitual en el huerto. «Me encontré a Rosa Garriga en un centro de día y me habló de La Muralla, me salvó la vida cuando luchaba contra un trastorno. No sabría qué hacer si no estuviera aquí, ellos son mi familia», explica. Además, destaca, ha podido independizarse, ya que vive en uno de los tres pisos tutelados que tiene la entidad. «Santi Recasens y yo fuimos los primeros en estrenar el piso», comenta orgulloso.

La tarea de La Muralla no se podría entender sin la figura de sus trabajadores. Paula Ulloa, coordinadora de la entidad, Èlia Lucia Borras, educadora social, y Gerard Gil, integrador social, entre muchos otros, utilizan «el ocio terapéutico para insertar las personas con problemas de salud mental en la sociedad». «Queremos que recuperen las relaciones sociales, que es importante para recuperarse», destacan. En este sentido, el presidente de La Muralla, Ángel Urbina, asegura que estos años han sido «agentes activos del cambio» e indica que el objetivo «es seguir creciendo para poder llegar a más personas».

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