Sociedad
«Aquello que no se conoce, no se puede querer»
Los abuelos de los Amigos de la Catedral descubren el recinto de culto a sus nietos
¿Qué haríamos sin los abuelos? Esta pregunta retórica es recurrente entre padres al darse cuenta de la suerte de poder dejar a los hijos con los mayores cuando tienen que cumplir con sus obligaciones laborales. Y es que el vínculo entre abuelos y nietos es único, entre la voz del tiempo y la experiencia, y la de quien lo tiene todo todavía por descubrir. Particularmente, este vínculo brilló ayer por la mañana en Tarragona, en la actividad familiar Los abuelos enseñan la Catedral a los nietos.
«La iniciativa nació hace ocho años con la idea de poder dar una alternativa de ocio a los abuelos que tienen que cuidar a los nietos en estos días que los padres trabajan», explica Hilari Alfaro, presidente de los Amigos de la Catedral, la asociación organizadora. Y la actividad disfruta de una gran salud, ya que una cincuentena de niños esperaban obedientes en que las profesoras Coloma Bartra y Joana Virgili empezaran sus narraciones.
«Mirad cada lado de la fachada de la Catedral. ¿Qué diferencias hay»?, preguntaba Virgili. ¡«Faltan algunas figuras»!, respondían juntos a los niños, mientras buscaban los nombres de cada representado con la ayuda de los abuelos. «La leyenda dice que cada 100 años cae una estatua. Y cuando se desplomen todas se acabará el mundo», explicaba la maestra delante de los rostros boquiabiertos de los pequeños. Una vez dentro del recinto, en las Capillas de los Cardona, los niños hicieron magia. Encendiendo unas velas, los niños hicieron aparecer en los vitrales a Sant Tomàs y a Sant Pere Armengol. Al lado, los visitantes extranjeros de la Catedral miraban curiosos la escena.
La visita entre sénior y júniors pasó también por el Retablo mayor de la Catedral. ¡«Es como un cómic, tenéis que contar las viñetas»!, exclamaba Bartra. Mientras los niños escuchaban embelesados los significados de las figuras de la composición, los abuelos les hacían muchas fotografías con sus teléfonos móviles. Para enviarlas a los padres que están en la oficina y así también romper un poco la brecha digital.
«El objetivo es que los chiquillos conozcan nuestro patrimonio para quererlo. Aquello que no se conoce, no puede querer», expresa Alfaro.