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Paqui Hidalgo, la última peluquera del Serrallo

La Peluquería Paqui del barrio tarraconense cerró puertas el pasado diciembre, dejando al Serrallo sin peluquerías

Paqui Hidalgo abrió el negocio cuando tenía 26 años, y lo ha cerrado a la edad de 71.Gerard Marti Roig

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En el año 1980 abría puertas la Peluquería Paqui en la calle Trafalgar del Serrallo, en plena fachada marítima. «Entonces tenía 26 años», recuerda su propietaria. El pasado diciembre, con 71 años, Paqui Hidalgo Linares cerró el negocio definitivamente. De aquella peluquería de barrio –la última que quedaba en el Serrallo-, ahora ya sólo queda el cartel de baldosas de la fachada y un par de lavacabezas que todavía se ven a través del cristal de la puerta.

La historia de Paqui con el mundo de la peluquería empezó siendo ella bien pequeña: «Con doce años, mi madre ya me puso a trabajar». Entonces, vivían en la calle Apodaca. «Yo soy del barrio del Port, pero conocí a un chico que vivía aquí, y bajé», explica. Aunque admite que acostumbrarse al Serrallo no le fue fácil, también asegura que «ahora ya no se marcharía por nada del mundo».

La Peluquería Paqui la abrió poco después de llegar, al encontrarse sola con la hija pequeña. «Aquel local había sido de un matrimonio que vendían mejillones. Cuando la cerraron, los vecinos no querían ningún bar, y a través de mi suegro, como sabían que yo buscaba un sitio, me lo ofrecieron».

Por su peluquería «ha pasado todo el barrio», y Paqui presume de haber tenido clientes que le han sido «fieles hasta la muerte». De todos, la peluquera sólo tiene buenas palabras: «He tenido por clientes lo mejor del barrio. Muy buena gente, y que también me han querido mucho. Me he sentido siempre muy querida». De trabajar se ha dado un hartón porque, asegura, «la peluquería es trabajar, trabajar y trabajar», con jornadas que, en algunas ocasiones, han llegado a superar las 12 horas.

Y no todo ha sido peinar: «Una peluquería es como un confesionario», admite. «Yo he sido confidente de mis clientes, y viceversa. Cuando una cliente te coge confianza, te lo acaba explicando todo. Y también me he encontrado con que me han ofrecido ayuda siempre, incluso en épocas que han sido complicadas para mí, que he criado sola a dos hijos. Y que las clientes te digan que vales mucho y que seguro que saldrás adelante, es una suerte».

Este cariño se lo ha ganado a base de trabajar y respetar mucho la profesión: «Es lo más importante para ser una buena peluquera: amar el trabajo. Y también amar al cliente y, a la vez, que ellos te den toda la confianza del mundo. Y yo lo he tenido, porque alguna vez no lo he hecho bien, como puede pasar a todo el mundo, y no he perdido ni uno, han seguido viniendo».

Cuando Paqui abrió, en el Serrallo había tres peluquerías más. Ahora, con su cierre, el barrio se queda huérfano de este servicio. «Hay muchas personas, clientes, que no pueden pasar sin mirar por la ventana, como habían hecho siempre», explica. Y también sus maridos: «Con muchos he acabado teniendo también una buena relación». A los señores, recuerda, en principio no los peinaba, «aunque de vez en cuando venía alguno y me decía Si da igual. Total, estoy calvo...».

Cerrar la peluquería no fue una decisión fácil: «Yo habría seguido», asegura. Pero el precio del alquiler del local, añadido al hecho de que muchas de sus clientes de toda la vida se han ido muriendo, acabaron de hacerle tomar la decisión. Ahora, con todo el tiempo libre que nunca ha tenido, Paqui mira la vida de otra manera: «Quizás me apunto a hacer yoga aquí en el Serrallo...».

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