Investigación
La URV identifica nuevas especies de hongos en ecosistemas de agua dulce potencialmente patógenos para los humanos
La investigación remarca que en periodos de sequía algunas especies podrían quedar más expuestas y constituir un riesgo para la salud
Un estudio de la Unidad de Micología y Microbiología Ambiental de la Universitat Rovira i Virgili ha identificado nuevas especies de hongos que son potencialmente patógenos para las personas y los animales, es decir, que los pueden producir infecciones o enfermedades.
La investigación, llevada a cabo en ecosistemas fluviales, forma parte de un proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades que tiene por objetivo estudiar la biodiversidad y el rol de un gran grupo de hongos, los ascomicetos, en el ecosistema acuático, sobre el cual hay muy poca información, concretamente los que habitan en sus sedimentos. La investigación también avisa que hay especies patógenas que en periodos de sequía pueden aumentar su peligrosidad para la salud de las personas
«Los ascomicetos en sedimentos, tanto fluviales como marinos, han sido muy poco estudiados hasta ahora y lo que hacemos en el proyecto es, además de ampliar la base del conocimiento sobre las especies que hay, intentar establecer patrones de biodiversidad que nos puedan indicar si se trata de un ecosistema en buenas condiciones o, por el contrario, determinar si hay problemas de contaminación de orígenes diferentes. En definitiva, el hecho que la composición de una comunidad fúngica se altere puede avisar que pasa algo», afirma Josepa Gené, investigadora principal de la investigación.
Dentro de esta comunidad hay especies que pueden proliferar más fácilmente en determinadas condiciones y se podrían usar como bioindicadores ambientales. «Pero en estas comunidades también hay hongos que son patógenos oportunistas de mamíferos y de animales de sangre fría, entre otros, a los cuales pueden provocar infecciones leves y graves, no solo a los animales que habitan en el medio acuático sino también a aquellos que transitan, como nosotros cuando nos bañamos en un río», explica Gené.
En caso de que se altere el entorno, por ejemplo si hay episodios de sequía, pueden quedar expuestos y representar un riesgo para la salud de los hábitats. «Al quedar expuestos los sedimentos en el aire, estos hongos probablemente podrían empezar a producir muchas esporas para dispersarse y buscar un entorno más adecuado, y es en esta dispersión donde podrían interactuar con el hombre y los animales», asegura la investigadora. De todos modos, apunta, «acostumbran a ser infecciones que afectan solo la población más vulnerable y no se transmiten entre humanos, sino que se adquieren por traumatismo, entre otras vías de inoculación».
Los resultados que se obtienen del proyecto confirman, según Gené, que los sedimentos fluviales constituyen un importante reservorio de biodiversidad fúngica, donde se encuentran especies completamente desconocidas para la ciencia y, por lo tanto, un patrimonio que se tiene que conservar. La novedad principal del estudio es que se han encontrado unos hongos no descritos anteriormente y que, una vez se ha analizado parte de su ADN, se ha comprobado que están muy emparentados con hongos patógenos que causan infecciones muy serias al continente americano, por ejemplo.
«Estos hallazgos nos permiten no solo completar el conocimiento de la evolución de los hongos sino también determinar si algunos de este microorganismos podrían representar una amenaza para nuestra salud. Por lo tanto, cuanto más información acumulamos en este sentido, porque apenas la investigación acaba de empezar, podremos determinar, por ejemplo, si en una área hay más riesgo potencial y si hay que tomar medidas de control de acceso en un determinado espacio», dice Gené.
Así, la Unidad de Micologia y Microbiología Ambiental de la URV estudia los troncos de los hongos de sedimentos recogidos en diferentes ríos catalanes —el Llobregat, el Ter, el Segre y el Ebro, entre otros, desde las cabeceras a los tramos bajos, pero también pequeños riachuelos— y, una vez obtenidos en cultivo en el laboratorio, se investigan para ver cómo son, saber qué potencial patógeno tienen, es decir, si son capaces de desarrollarse a 36 o 37 grados centígrados —que es la temperatura del cuerpo humano—, saber qué pasa cuando se los enfrenta con cultivos de células humanas y qué resistencia tienen a fármacos antifúngicos. Todo ello para averiguar si realmente con las condiciones del cambio climático (sequía, temperaturas más altas, etc.) podrían proliferar con más facilidad y representar un peligro.
De todos modos, Gené recuerda que no hay que alarmarse —«simplemente estar alerta, eso sí», dice— puesto que estos hongos han existido toda la vida. «Lo que pasa es que ahora, conociendo sus características, nos podríamos plantear de establecer medidas de control ambiental, pero para ésto todavía hay mucho trabajo por hacer», afirma Gené. Concluye destacando la importancia de la biodiversidad, porque si se mantiene hay más equilibrio y, en consecuencia, mejor coexistencia entre especies y menos riesgos para la salud tanto humana como ambiental.