Santa Tecla
Cuando la Giganta Frida alza la falda
La portadora Lucía Rovira y la voluntaria Eva Sevillano explican cómo viven las fiestas desde que forman parte de la Giganta Frida
Pocos gestos condensan mejor la curiosidad de los niños que la necesidad de alzar las faldas de un gigante. Sólo hay que prestar atención los días de fiesta mayor. La Giganta Frida de Tarragona, acostumbrada a tomar la iniciativa, sin embargo, también se las levanta ella sola, de vez en cuando, mientras se mueve. No lo hace porque sí. Quiere que la gente se dé cuenta de que la fiesta puede ser verdaderamente inclusiva, que si nos lo proponemos todo el mundo está convocado.
Lucía Rovira es la encargada de enseñarnos cómo es la experiencia de hacer bailar a Frida. Se coloca en su sitio gracias a un mecanismo práctico: un par de ganchos que adhieren su silla de ruedas a las patas de la giganta. Perfectamente acopladas, es cuestión de dejarse llevarse por el ritmo de la música. Frida se mueve de un lado en el otro, sinuosamente, como en un pasacalle, y curva. «Tienes que ir con cuidado con la silla y con las calles estrechos, pero te acostumbras», asegura. A ella le gusta mucho llevarla por la Rambla Nueva, porque desde la mirilla observa el gentío. Visto y no ser visto, ventajas de los portadores de gigantes.
«Es una excelente conductora y bailadora», sostiene a la voluntaria Eva Sevillano. Eva y Lucía son amigas desde los tres años, cuando coincidieron por primera vez en el Colegio Virgen del Carme. Tienen 19 años y disfrutan de la Santa Tecla diurna con intensidad. Juntes se implicaron en la Fiesta para Todo el Mundo y juntas se apuntaron a Frida el año de su creación, en el 2018. Esta giganta —construida por la imaginera Dolors Sans con el apoyo económico de Dow- ha significado un paso más en la vida teclera de Lucía: de espectadora a portadora, de la recepción pasiva a la participación activa.
«La Lucía siempre dice que la gente no la conoce porque sólo sabe ver la silla. Hemos luchado mucho», reconoce su madre, Belén Guerrero. Se han hartado de esperar autobuses con la rampa de acceso estropeada y de la falta de accesibilidad en los espacios patrimoniales. Lucía, que tiene una enfermedad minoritaria neuromuscular que no le permite andar, se siente en una «edad crítica», en la que no puede estudiar el ciclo medio que desea: «Intenté cursarlo en línea, pero yo necesito ir a clase, relacionarme con mis compañeros». «Les leyes son superbonitas, pero no somos lo bastante inclusivos como sociedad», resuelve Eva.
La Giganta Frida se ha convertido, dicen, en un espacio de socialización importante. Ante la sobreexposición del «Amparito Roca», ellas prefieren el «Bella Ciao», que insufla de energía tanto el público como los miembros de la entidad. Salen cada 21 de septiembre al Arrencada de Gigantes, pero sueñan con formar parte del Séquito «para hacer todavía más visible a Frida». Lucía también confiesa que le haría ilusión asistir, desde un balcón, a la Bajada.
Les barreras y las dificultades no les consumen las ilusiones. Según Lucía y Eva, Frida —tanto la pintora como la giganta— es sinónimo de «fuerza y capacidad de superación». Es la posibilidad, en definitiva, de pintar una nueva realidad cívica y festiva con todos los colores.